lunes, 1 de septiembre de 2008

Y es que antes era más fácil escribir en un diario...

Hoy no es posible saber con seguridad qué es lo más fácil. En un tiempo de supuestos artefactos para facilitar la vida lo más esencial queda en una caja de Lost & Found, cubierto de polvo y con la etiqueta de obsoleto, anticuado, extraño. Es mi costumbre llevar un cuaderno, últimamente Moleskine, a todas partes. Desde el 2004, cuando hice un taller de narrativa en el CELARG y la primera tarea era conseguir el mencionado cuaderno para llevarlo a todas partes, siempre hay espacio en la cartera y varios repuestos para el actual. Antes del taller lo hacía de vez en cuando, porque siempre sentí un impulso irrefrenable por comprar cualquier cuaderno o diario que no dijera por ningún lado Caribe, Norma o Mead, es decir que se saliera de lo común.
Mi cuaderno Moleskine no ha tenido mucha vida en los últimos meses, y eso que cuando uno está triste dicen que escribe más, pues en mi caso ha sido lo contrario. Mis anotaciones de la vida quedan en un archivo de Word salvado rápidamente antes de una reunión, en un email que nunca me atrevo a enviar o en una nota del Iphone que pocas veces vuelvo a revisar, y entre restore y update pocas de esas notas son las que se salvan. Recuerdo que en la Universidad siempre que leía un libro hacía mil anotaciones: frases, pensamientos, cualquier dato para buscarlo después, referencias o una palabra que me pareciera hermosa. Ya no lo hago más, sólo algunas veces escribo la frase en el Iphone, lo cual es como no hacerlo a la final, por más aplicaciones que me baje para organizar la información. No lo hago por el tiempo y por el "ambiente" al leer: la hora de almuerzo que es la más rápida del día, la hora antes de dormir cuando ya el cansancio no me deja muchas opciones, los fines de semana llenos de ruido de casa o parada en alguna cola.
En estos días comencé, como por quinta vez, a llevar un diario (en la Mac por supuesto), pues los que he tenido de papel nunca me han dejado nada bueno, y no me siento cómoda dejando mis pensamientos al alcance de cualquiera. Dependería de un conjunto de ceros y unos susceptibles a la menor de las catástrofes a las que se expone un disco duro cada día. La primera entrada del diario, como siempre, fue una suerte de resumen de las cosas que me agobian en el momento. Y es que para qué uno escribiría un diario sino tiene cosas que le agobian, que esto no siempre tiene que ser malo; sólo son cosas en la cabeza que dan vueltas y se van pudriendo, como todo en la vida se va pudriendo en su camino precipitado a la desaparación.
El diario no funcionó, quizás porque requiere de la Mac que siempre está en casa, porque es impensable sacar una máquina de 10 millones de bolívares a pasear con la seguridad de Caracas. Y a veces la casa simplemente me agria de más las ideas y me pone como un peso en los ojos y un letargo en los dedos. Así que, en un tercer intento, he decidido abrir un blog. El primero, trató de relatar el mundo desde unos binocularesmicroscopioventanas pero a la final no pude soportarlo. Hace poco, descubrí la razón por la que todo lo que he escrito ha fracasado (salvo contadas excepciones), no escribo con la víscera sino me estoy planteando todo desde la mente y eso no me funciona a mí. Han fracasado mis cuentos, el tema de mis cuentos y así todo lo que ha salido de mí. Eso le pasó al abuelo de este blog. El segundo blog fue un ataque de ira, un ataque visceral irónicamente, donde simplemente puse las imágenes que me pasaban por la cabeza. Totalmente ilegible.
Sin duda, antes era más fácil escribir en un diario, hoy lo es en un blog. Mil excusas: las horas muertas en la oficina, la facilidad de acceso, la seguridad de que tus palabras estén en la red y no en un disco duro. Creo que simplemente escribimos en un blog para salir un rato de nosotros mismos y estirar nuestros hilos a otros a ver qué agarran y a ver qué devuelven. Me siento tan sola a veces, y no, no es por falta de amigos, es por falta de comunicación. Hoy leyendo un libro de Lucía Etxebarría me di cuenta que todos nos sentimos así de solos. Alguien en España, un país que no es el mio, una cultura cercana y distante, ha escrito la historia de una mujer que se siente completamente ajena al mundo. Y es que así nos sentimos todos en mayor o menos medida: alienígenas, ajenos, otros. Además, cada uno tiene a otros viviendo consigo, los que lleva a todos los lados y los que es en determinado momento y circunstancia. El otro que nos come y nos bebe como bien decía Pizarnik. Me siento sola, porque siento que mi voz no es escuchada por nadie. Necesito comunicarme, como todos, pero me come el silencio cuando el miedo se apodera de mí. Tengo miedo a escucharme. Cuando hablamos con los amigos no queremos parecer fastidiosos o que sólo sabemos quejarnos, cuando hablamos con los padres no podemos preocuparlos de más, cuando hablamos con la familia parecemos en eterna competencia no sé por qué trofeo, cuando hablamos con alguien en el trabajo se requiere profesionalidad y además cualquier confesión podría ser usada en nuestra contra, cuando hablamos con la persona que amamos no queremos lastimarla, no queremos echar a perder las cosas y cuando hablamos con nosotros mismos es tan difícil admitir la verdad.
Antes era más fácil evitar el silencio y es que antes era más fácil escribir en un diario...

2 comentarios:

Pulgamamá dijo...

Bienvenida!

Olga dijo...

Gracias, ya compartiremos la vida por blog.

Aunque sea lo más común del mundo, y aunque mi profesión está en contacto con la tecnología directamente, me sigue sorprendiendo cómo las personas pueden acercarse por este medio.

Tengo un amigo que me dice que siempre que me ve, ve a una mujer con un pda, una laptop la última, el último celular; pero con un libro de hojas amarilletas y título casi ilegible.